El camino se veía eterno. El sol en su punto cúlmine calentaba sin clemencia.

Me había entretenido mirando las hojas y de pronto me había perdido. Cuando fui consciente no estaba ninguno de mis hermanos.

Avancé mucho, y tras de mí se veía mi paso, pese a lo cual no habían señales del resto. Recordé a mamá diciéndome que era un descuidado y que algún día me perdería por mi curiosidad.

Pero nunca pensé que lo pagaría tan caro. Arrastrarme me estaba costando. La luz solar estaba siendo una molestia.

De pronto, como si los dioses se hubieran apiadado de mí, el cielo se cubrió y pude descansar del calor. El problema es que la sombra en el cielo cada vez fue más consistente, hasta que en el último momento comprendí que era mi fin.

–¡Nooo! ¡Otra vez pisé un caracol!–exclamó la muchacha, claramente asqueada.