Hablaba animadamente con la joven que le pintaba las uñas. Pronto mis ojos se fijaron en el brillante anillo de su dedo anular. Era una piedra negra con forma de corazón, rodeada de piedras brillantes, ¿serían diamantes? Probablemente, porque tenían un gran brillo.

“Llevábamos 6 años. Nos amábamos con locura. Por lo mismo, a nadie de nuestras familias le sorprendió cuando nos comprometimos.

Entre el trabajo y los preparativos para el matrimonio, cada vez era menos el tiempo que pasábamos solos. No le tomé el peso a este hecho, pensando en que ya lo recuperaríamos cuando tuviéramos nuestro hogar.
Pero parece que él no pensaba lo mismo.

Un día quise compensarlo y compré una botella de vino y lencería nueva y pasé a su departamento sin avisarle, para darle una sorpresa. Pero la sorprendida fui yo.

Al entrar encontré a una compañera de su trabajo, tomando una copa de algo, con su bata y aparentemente nada bajo ésta. A los segundos salió él del baño, y al verme la sonrisa fanfarrona se le fue, junto con el color de la cara.

–Se acabó– dije, y sin más, me fui.

Después vino todo el tortuoso proceso de avisar a todos que el matrimonio no iba, y de cancelar lo reservado. Menos mal fue todo con tiempo, por lo que se pudo recuperar casi todo el dinero.

El mío al menos, porque el dinero que gastó él en el anillo nunca pudo recuperarlo. Intentó a través de unos amigos en común que se lo devolviera, pero yo los mandé a pasear.

¿Que si me dolió? ¡Claro! Por un tiempo lloré como magdalena, pero a medida que los meses pasaron se me fue pasando la pena, y sólo quedó este hermoso anillo.”

Foto de Cooper Baumgatner en unsplash